Devocional Familiar:
Leer Juan 9, orar y cantar juntos
Devocional Personal: Mateo 6:9
“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos”
El Amor de nuestro Padre Celestial
El pueblo de Dios son sus hijos por partida doble: son de la
familia por creación y son sus hijos por la adopción en Cristo. Por lo
tanto, tienen el privilegio de dirigirse a Dios diciendo: «Padre nuestro que estás en el cielo» (Mateo 6:9). Padre. ¡Qué palabra tan preciosa! La misma palabra tiene autoridad. Sin embargo, «si yo soy tu
Padre, ¿dónde está mi honor? Si ustedes son mis hijos, ¿dónde está
su obediencia?» El término Padre mezcla afecto con autoridad, una
autoridad que no evoca rebelión sino una autoridad que exige una
obediencia que se manifiesta alegremente y no se retendrá aunque
fuera posible. La obediencia que los hijos de Dios deben rendirle debe
ser una obediencia en amor.
No encares el servicio al Señor como un esclavo que sim- plemente hace la tarea encomendada, sino sigue el sendero de sus
mandamientos porque es el camino de tu Padre. «Presentando los
miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia» (Romanos
6:13) porque la justicia es la voluntad de tu Padre y su voluntad será
también la voluntad de sus hijos. ¡Padre! La palabra denota un atributo
digno de un rey. Sin embargo, está tan dulcemente velada por el amor
que la corona del Rey pasa al olvido al contemplar su rostro, y su cetro
no es una barra de hierro sino de plata, es un cetro de misericordia. Es
más, este cetro parece estar como olvidado en la tierna mano del que
lo sostiene.
¡Padre! En este término encontramos honor y amor. ¡Cuán
grande es el amor de un padre por sus hijos! Ni la palabra amistad,
ni el término bondad podrían aproximarse a expresar lo que el corazón y las manos de un padre pueden hacer por su hijo. Son su propia
simiente (él debe bendecirlos); son sus hijos (él debe manifestar su
fuerza al defenderlos). Si un padre terrenal cuida a sus hijos con un
amor y atención incesantes, ¿cuánto más lo demuestra nuestro Padre celestial? «¡Abba! ¡Padre!» (Romanos 8:15). Cualquiera que haya
musitado tales palabras habrá expresado la música más dulce que los
querubines y serafines podrían haber cantado. El cielo se halla en la
profundidad de aquella palabra: ¡Padre! Esta encierra todo lo que yo
podría pedir, lo que mis necesidades podrían solicitar y todo lo que mi
corazón podría anhelar. Tengo el todo de todo, por toda la eternidad,
cuando puedo decir: «Padre».
Desafio y Aplicación